Yo escribí de los muertos
sin saber de sus rudas zarabandas nocturnas…
Fue cuando murió mi primer hijo
y mi novia murió a su manera
y mi madre se quedó sin morir pero no importa
porque ya había barrido gritando de sus ojos la luz…
Sin invitación
sin desnudez apropiada
sin miedo justo a mi medida
llegué hasta sus territorios terribles
con el cabello roto y el hambre vocinglera:
Reñían horriblemente, como hermanos.
Sus uñas de aire rasgaban sus mejillas y sus pechos de aire
y su furia caía sobre los hombros de mis ojos
como si la batalla solamente sirviera
para insultarme por vivir…
De entre todos ellos
Oolgue hacía brillar como una luna
su ancha ferocidad que merecía el respaldo del mármol
o de la peor espina.
Golpeaba a los demás y a mi miedo
con más crueldad que un niño,
como si desde el principio del tiempo
hubiese recibido sin quererlo
la espantosa encomienda de vengar a Dios.
Oh, amigos,
es duro ver matando a los que descansan en paz,
es más grave que quedarse solo
sabiendo que uno no sirve ni para que lo maten!
Holgué me dejó escapar aquella noche
porque era evidente en mi temblor de manos
el odio por la vida.
Desde el más allá de la muerte sus tenues camaradas
me miraron partir con un desprecio inmenso
absolutamente avergonzado de mi respiración…
Roque Dalton García
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