Como quien toca con un dedo
la punta fría del agua,
mareándose de sólo
su transparencia demasiada,
me he puesto yo a mirar
el no ser infinito que me aguarda.
Los soldados de plomo
están apenas en su caja
y entre la dicha y la tiniebla
no queda sino el filo de la lámpara.
Qué poco todo, mi amor.,
y cómo es corta la esperanza,
cuando venimos a verla
ya se nos acaba
y están los hijos corriendo
más allá de la mañana.
Pienso en la tialola
de alguna familia egipcia o franca
y en el sabor de sus pasteles
que ya no saben más a nada,
y entonces nuestras bromas
van y se me atragantan
mirando que algún día
tendrá otro que inventárnoslas.
Contemporáneo de los Césares
y de Moisés y la Pequeña Juana
y de abolidos albañiles
colgados como arañas
sobre la piedra de los siglos,
sobre su cara mala,
todo el pesar del tiempo
me va a caer sobre la cara.
Como quien toca estremeciéndose
la punta fía del agua,
miro la noche tanto
más grande que mi casa,
la noche tanto más enorme
que toda la Vía Láctea,
y abajo mi conciencia
como una vela en una iglesia abandonada.
Qué poco todo, qué poco,
para tanta sombra
—tanta.
Eliseo Diego
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