lunes, 25 de abril de 2016

Miseria en construcción

Que cansado es ver como se construyen grandes edificios de cien pisos
y ver cómo suben al cielo.
Llegan a tocar las nubes con sus estructuras de acero y concreto
y de vez en cuando se puede ver un obrero martillando, casi volando.

Incluso cientos de personas se reúnen en torno al nuevo edificio en construcción.
No quieren perderse el espectáculo del nuevo símbolo de la ciudad,
y hasta llevan sándwiches y galletas.
Mientras tanto el edificio sigue madurando y creciendo.

Otros se llevan unas pachas de Fandango, un paquete de Derby duro
y unas bolsitas de polvo blanco.
Se apretan y se travesean un buen rato,
luego se van y se echan un par de polvos.

Se le cae una galleta a Carlitos,
y la mamá grita desesperada -cochino, asqueroso-,
cuando la rejunta de la acera y se la mete a la boca.
Lo cierto es que se la saca a punta de coscorrones.

El marido no dejaba de criticar a los jóvenes con una sarna de moral.
Lo cierto es que tenía unas ganas de llevar a una muchacha
a las entrañas del edificio en construcción y ¡zaz!.
Ni cuenta se daba de los martillazos del cielo.

El Jhonny Araya se tiraba un pedo, cuando su caravana
le daba vuelta al edificio. Lo hizo pensando
en el pueblo, y viendo al indigente
que ensucia la estructura con sus cartones y harapos.

El sacerdote se masturba en la capilla, imaginando
a dos monjas lesbianas seduciendo a un caballo.
Lo hacía después de darle la hostia
al papá de Carlitos.

El economista se arranca las células muertas
y el pellejo de sus testículos
encima de las estadísticas de pobreza,
en el Club, en frente del nuevo edificio.

El rector vende la universidad al edificio más alto,
mientras la gente de Pearson® y Cengage Learning®
se toman un whisky con la beca de los estudiantes,
¡Becas para las editoriales!

La señora le vende empanadas y fresco de frutas
a la mamá de Carlitos.
-Qué carajo, se acabaron las galletas-
-Qué carajo, viene los tombos de la muni-

Y el edificio crece, más martillos, más cemento, más clavos,
más obreros, menos salarios, más turistas.
Y los obreros siguen casi volando, allá en las nubes,
esperando terminar la obra más grande jamás construida en el país.

Cuando se terminó de poner la última celosía al edificio,
los turistas abandonaron su picnic urbano y se
escondieron en el sótano de la obra.
El gerente cerró la puerta y nunca más se supo de Carlitos.

Marco Garita Mondragón

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